- Un experimento ha revelado la gran capacidad olfativa del ser humano, que puede llegar a distinguir un billón de olores distintos.
- Se subestima el olfato humano debido a que con la evolución se ha convertido en un sentido menos utilizado.
Seguramente eclipsado por el espectacular olfato de animales como el perro, el sentido humano del olfato no ha despertado tradicionalmente el respeto que ahora parece que se merece. Así lo sugieren los resultados de un nuevo estudio, gracias a los cuales se ha llegado a la conclusión de que el olfato humano debe ser capaz de distinguir más de un millón de millones de olores distintos.
En un experimento liderado por Andreas Keller, del Laboratorio de Neurogenética y Conducta adscrito a la Universidad Rockefeller en la ciudad estadounidense de Nueva York, los investigadores probaron la habilidad de unos voluntarios para distinguir entre complejas mezclas de olores. Basándose en la sensibilidad de las narices y los cerebros de estas personas, el equipo de Keller, Leslie Vosshall, Marcelo O. Magnasco y Caroline Bushdid (ahora en la Universidad Pierre y Marie Curie en París, Francia) ha calculado que el sentido del olfato humano puede detectar la citada cantidad de más de un billón de combinaciones distintas, una capacidad muchísimo mayor que la comúnmente asumida hasta ahora. El número que por lo general estaba aceptado hasta ahora era de sólo 10.000.
En comparación, se estima que el número de colores que somos capaces de distinguir va de 2,3 a 7,5 millones, y que el número de tonos audibles se acerca a los 340.000.
Parece pues evidente que tenemos mucha más sensibilidad en nuestro olfato que la que creemos tener. La explicación a cómo hemos podido subestimar tanto nuestro olfato está en que no necesitamos utilizarlo al máximo de su capacidad, ni se le dan muchas oportunidades de hacerlo trabajar del modo en que lo hizo en el pasado de nuestra especie. Keller teoriza que nuestros ancestros usaban y se beneficiaban mucho más del sentido del olfato que nosotros. La postura erguida que adoptaron los humanos prehistóricos elevó nuestras narices lejos del suelo donde se originan la mayoría de los olores, y más recientemente, comodidades como neveras y las duchas diarias han limitado de manera notable los olores en nuestro entorno cotidiano moderno.