Sexualidad y ciencia. «La excitación física de la mujer puede ir antes del deseo»

Entrevista con Pere Estupinyà, bioquímico y divulgador

Después de colarse en los laboratorios más punteros del mundo durante su año en el MIT, Pere Estupinyà (Tortosa, 1974) decidió acotar su campo de investigación y dedicarse al sexo. Para escribir su libro S=ex2.La ciencia del sexo, ha visitado los centros donde los científicos exploran los recovecos de la sexualidad humana; incluso se ha prestado voluntario en experimentos y ha extendido su estudio de campo a clubes de sadomasoquismo, reuniones de asexuales y locales de swingers.

 

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Su libro S=ex². La ciencia del sexo empieza fuerte. Cuenta cómo fue conejillo de indias de un experimento en el que debía masturbarse mientras le practicaban un escáner de imagen por resonancia magnética funcional (fMRI). ¿Cómo salió aquello?

Me invitó a participar como voluntario el científico Barry Komisaruk, de la Universidad de Rutgers, que ya había estudiado en mujeres qué zonas del cerebro se activan en cada fase del sexo, y al estimularse ellas mismas en diferentes partes del cuerpo: clítoris, vagina, cuello del útero y cérvix. Comprobó que con cada zona se relaciona una parte de la corteza sensitiva, lo que refuerza la idea de que existen diferentes tipos de orgasmos. Una de las posibles aplicaciones es comparar la activación del cerebro en mujeres con anorgasmia y sin ella.

Y quería hacer lo mismo en hombres…

Sí, y yo fui el primer hombre que hizo este experimento con fMIR. Me pedían que acariciara, primero suave y después fuerte, distintas zonas de mi pene, para comparar mi respuesta con la de hombres operados de cáncer de próstata o con problemas de erección. En el siguiente experimento debía alcanzar el orgasmo para ver qué zonas del cerebro se activan durante la secuencia de estimulación.

¿Alguna conclusión reveladora?

Una de las cosas más curiosas de mis resultados es que, extrañamente, tenía la corteza visual activa, porque estaba recordando una relación sexual del pasado. Además, en mi caso, la parte del cerebro que segrega oxitocina no se activó durante el orgasmo, cosa que sí sucede con las mujeres cuando se masturban. Sería interesante saber si esto se repite en otros hombres, porque existen dudas sobre si la masturbación y el coito tienen el mismo efecto neurofisiológico.

¿Cómo se explica que usted no segregara oxitocina con el orgasmo?

Yo no estaba excitado, estaba tenso. Unos días antes me llamaron para decirme que tenía que practicar porque lo importante era no mover la cabeza, así que había estado ensayando con un bote de pastillas en la frente. No era una situación estimulante. Sin embargo, la estimulación física gradual, aunque no era en un contexto erótico, hizo que aumentara el flujo sanguíneo y… aquello funcionó.

¿Así que la excitación no está siempre en el cerebro?

La conexión entre la mente y los genitales no es tan sólida como creemos, y un ejemplo muy claro es el de los discapacitados físicos. Con una lesión en la médula por encima del nervio pélvico y pudendo, no tienen sensibilidad, pero pueden experimentar erecciones. También hay hombres incapaces de tener erección pero sí excitación mental.

¿Qué aplicación terapéutica tienen estos experimentos?

El modelo de respuesta sexual clásico de Masters y Johnson era Excitación-Orgasmo-Resolución. Después, la sexóloga Helen Kaplan introdujo el deseo en el modelo, pero continuaba siendo lineal: Deseo-Excitación-Orgasmo-Resolución. Las terapias asumían que, antes de nada, había que encender el deseo. Pero después aparece el modelo circular, en el que la excitación física puede ir antes del deseo, y surgen nuevas terapias en las que las mujeres deben empezar haciendo ejercicios de estimulación genital para que el deseo mental vaya despertando.

Los terapeutas sexuales que tratan los problemas de la gente suelen proceder de la psicología. ¿Por lo general, cuánto saben de ciencia?

Poco. La directora del Instituto Kinsey, un referente en investigación sobre sexo y salud sexual desde hace 60 años, me explicó que ahora están intentando medir la eficacia de cada intervención. En sexología hay gran diversidad de estrategias, pero no sabemos cuál funciona mejor o peor. Si el terapeuta consigue empatizar con el paciente, funcionará, aunque sea un chamán, porque la atención personalizada es efectiva. El problema viene cuando hay un problema físico. Un urólogo me contaba que, con la llegada de la Viagra, un paciente se lamentaba: “Pero doctor, ¿cómo puede ser que después de seis años de diván usted me lo haya solucionado todo con esta pastillita?”. Problemas como este o como el vaginismo tienen un origen fisiológico que muchos terapeutas no reconocen porque se limitan a su enfoque particular. Todavía falta mucha ciencia en el campo de las terapias sexuales.

 

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¿Por qué en el libro habla tanto de estudios con ratas?

Las ratas permiten hacer experimentos impensables con personas, y son muy buenos modelos bioquímicos, endocrinos y neurofisiológicos. La fisiología de la excitación sexual es muy similar en ratas y humanos, más que el envejecimiento, el aprendizaje, la tristeza y la adicción. Si lo piensas bien es normal. El sexo no ha cambiado tanto, se preserva evolutivamente.

Pero el sexo en humanos es mucho más que algo fisiológico.

Claro, existen los componentes biológico, psicológico, cultural y social. Hay que estudiarlos por separado y luego juntar los conocimientos. Es lo que intento con el libro y lo que hacen algunos científicos.

¿Cómo se financian este tipo de investigaciones sobre sexualidad?

En EEUU, Thomas Insel, el director de los National Institutes of Mental Health, que conceden las subvenciones para investigar la salud mental, me dijo que no reciben peticiones para estudiar la pedofilia; sin embargo, un experto investigador me lo negó: por supuesto que quieren estudiarla, pero en EEUU hay miedo. Por presiones del partido republicano, en los años 50 Alfred Kinsey, el pionero en estudios sexuales, perdió la financiación para seguir investigando; y cosas similares han seguido sucediendo hasta ahora, por ejemplo, con estudios sobre el sexo en la vejez, incluso con proyectos ya aprobados. Muchos investigadores de EEUU se han ido por esta razón a Canadá, como James Pfaus y Meredith Chivers. Europa podría marcar la diferencia en este campo.

¿Hay buenos grupos de investigación sexual en Europa?

Sí, suecos, holandeses, italianos… En la Universidad de Kiel (Alemania), un investigador de origen español, Jorge Ponseti, estudia la pedofilia. Gracias a experimentos con fMRI ya ha detectado cómo el cerebro de los pedófilos reacciona de manera distinta ante estímulos sexuales. Ahora está empezando un superproyecto con más de 200 pedófilos.

La antropología, la medicina, la sociología, la neurofisiología, etc., estudian la sexualidad humana desde distintos ángulos. ¿Qué disciplina cree que en los próximos años va a marcar la diferencia en la ciencia del sexo?

La medicina sexual tiene mucho que aportar. Un urólogo resuelve problemas de erección, y si los problemas sexuales se deben al estrés vas al psicólogo, pero ¿por qué no se incorpora ya al sistema sanitario la especialidad de medicina sexual? También creo que los sociólogos van a romper mitos. En sexo, todo se ha valorado en función de opiniones de sexólogos, cuyos pacientes no son representativos de la población. La aproximación científica de la sociología al sexo tiende a desmentir, clarificar e informar mejor que el experto en sexo de turno. Hay pocos científicos y sociólogos que hablen de sexo a la sociedad; y muchos charlatanes que han hecho que esté sobrevalorado.

¿Cree que el sexo está sobrevalorado y ha escrito un libro de 480 páginas sobre él?

Me refiero a la presión que hay con el deseo y la satisfacción. Por ejemplo, en una encuesta se preguntó a las mujeres si sufrían falta de deseo. Muchas decían que sí, sobre todo a partir de cierta edad. Fue la época de la búsqueda de la viagra femenina. Después, se repitió la encuesta añadiendo otra pregunta: “¿Es un problema para usted?”. Ahí se descubrió que la mayoría de mujeres que tenían falta de deseo vivían tan felices.

¿Los científicos saben por qué se pierde el deseo?El deseo se va diluyendo con la edad, la menopausia y la andropausia, pero no la satisfacción sexual: las mujeres tienen orgasmos a los 70. Dentro de una relación, se pierde el deseo por exceso de costumbre. Por ejemplo, en el libro hablo de un experimento con ratas en el que un macho copula con cuatro hembras y queda harto, pero cuando llega una nueva, vuelve a querer. Según los psicólogos evolucionistas, los machos están llamados por sus genes a esparcir su semilla y ellas van a la búsqueda de los mejores genes posibles.

¿Esa visión no es demasiado determinista?

Sí, yo soy muy crítico con la psicología evolucionista. No niego que el pasado evolutivo pueda influir en nuestro comportamiento, pero el impacto del aprendizaje sociocultural en nuestra especie es más importante que la biología. Hay varios motivos para dejar de ser determinista, como la epigenética, la plasticidad cerebral, la cultura y el aprendizaje en una sociedad con información en cada esquina.

Además de visitar a muchos expertos en sus laboratorios, se ha documentado en otros centros, como clubes de sadomasoquismo. ¿Qué aprendió en ellos?

Que los sadomasoquistas no tienen menos sensibilidad al dolor, sino que lo erotizan. También lo hacen las mujeres a las que les gusta el sexo anal, que, en principio, no tiene por qué provocarles placer físico. Por otro lado, la comunicación entre sadomasoquistas es excelente, ya la querrían muchas parejas convencionales. Aunque los demás practiquemos jueguecitos de dominación y sumisión, nuestros encuentros sexuales son de igual a igual; pero ellos llevan al límite la desigualdad pactada. Incorporar eso al sexo es la clave del éxito que está teniendo el libro Cincuenta sombras de Grey, con el que mucha gente ha descubierto una nueva faceta sexual.

¿Qué experimento, de entre todos en los que ha participado, le ha gustado más?

Una vez me mostraron fotos con caras de varias mujeres y tenía que decir la probabilidad de que me fuera con ellas a la cama, teniendo en cuenta además un número que indicaba cuántas relaciones sin protección había tenido cada una en los últimos dos meses. Antes de empezar, racionalmente, pensé que no aceptaría una chica con un 8, pero luego, según iban apareciendo mujeres atractivas, lo que me salía de dentro eran excusas. Este experimento me reveló mucho sobre lo irracional que es el sexo.

¿Y un experimento que no hizo pero le gustaría haber hecho?

Después de haber participado en el de la masturbación, pensé que sería interesante ver con escáneres qué pasa en el cerebro justo antes y después de la eyaculación para saber más sobre el periodo refractario, ese intervalo de tiempo después de un orgasmo durante el cual un varón es incapaz de tener la siguiente erección. Sería fantástico que la ciencia descubriera cómo evitar el periodo refractario, ¿verdad?

 

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